Columna Robert Honigman
Por Robert Honigman (*)

En los mercados financieros internacionales se están combatiendo cuatro grandes frentes: inflación, disrupción en la fabricación y logística de productos chinos (por la cuarentena), guerra Rusia – Ucrania, y el enfriamiento de la economía global. Vamos ahora a poner todo en contexto y ver cómo todas las partes están ligadas a una misma cuestión: los precios.

En EE.UU y Canadá, desde hace muchos años que el objetivo inflacionario ha sido 2% anual, porcentaje que se mantuvo hasta hace unos meses. El modelo que sostuvo estos índices de precios al consumidor (IPC) se resume en un incremento sostenido de la productividad, aumentos salariales estables y una alta importación de productos baratos. La ecuación es simple, exportar a fábricas donde se produzca más barato y concentrarse en proveer servicios, en pocas palabras, globalización . Pero como en el fútbol, este esquema requiere que cada jugador acepte su rol: China, el fabricante barato; Japón y Alemania, los fabricantes de calidad; Italia y Francia, la moda; USA e Israel, servicios e innovación; Canadá, Rusia y OPEC hidrocarburos; Brasil e India,  commodities en general, y tanto Argentina como Ucrania, el granero.

Al llegar el Covid y las cuarentenas en 2020, estos jugadores se frenaron y sus respectivas producciones (oferta) se vieron afectadas. Los gobiernos desarrollados, temiendo una gran recesión, intervinieron en la economía y se enfocaron en entregar grandes cantidades de dinero a sus ciudadanos (demanda). Acá es donde surge una de las primeras variables de inflación: un consumo muy alimentado y una producción que le faltan meses de recuperación. A esto agreguemos tasas extremadamente bajas, endeudamientos gubernamentales masivos y desinversión en producción de hidrocarburos, lo que se convierte en una bomba de tiempo inflacionaria.

La pregunta es dónde nos encontramos hoy. Los jugadores productivos que se “deseaba” que se normalizaran recibieron dos patadas (como las de Krupoviesa o las del cabezón Ruggeri), la primera por parte de Rusia al invadir Ucrania, y la segunda, de China con su cuarentena. Nadie sabe cuánto durarán las consecuencias de esa primera patada, y mientras tanto el mundo sufre los aumentos producidos en la cadena alimentaria, ya que Ucrania era el otro gran granero.

Rusia le sacaron una nueva versión de tarjeta amarilla doble : se pierde de jugar varios partidos, pero algunos países como Alemania, le permiten jugar con una cláusula “especial”. Los precios de hidrocarburos se disparan, se trasladan directo a los costos de producción, y de allí al consumidor (aumento en gastos fijos y variables). El resultado es ir a pedir un aumento, el mayor aumento salarial en USA desde los años 70, con dos puestos de trabajo por cada uno de desempleo, pero que el IPC continúe aumentando. China , mientras tanto, está en el banco de suplentes y busca salir a la cancha. En los próximos días, quitará su cuarentena y todos sus jugadores saldrán fervientes a querer clavar goles de media cancha para alcanzar un crecimiento de PBI anual del 5.5%. Solo un Messi en versión china podría ayudarlos, y para ello, probablemente, sacarán estímulos fiscales en cientos de billones de dólares.

Mientras tanto, la Reserva Federal de Estados Unidos  no puede controlar la variable Rusia/Ucrania (impacto en hidrocarburos y alimentos) y sabe que serán meses difíciles hasta que China normalice su producción. El camino pareciera simple, si no podés controlar tu oferta, sacá el látigo y controlá tu demanda. Comienza así el ciclo de suba de intereses y ajuste cuantitativo, las hipotecas promedio se van del 3% a más del 5% en cuestión de días. Todo aquel que esté endeudado y consume con crédito, sentirá el ajuste. En los mercados financieros, los jugadores se quejan. Antes les habían hecho los arcos grandes, gigantes y ahora se los achican y hasta les encojen la pelota. Ocho de cada diez compañías cotizadas en el Nasdaq están más de un 20% abajo desde comienzo de año. Los bonos, componente principal de los mercados financieros, sufren caídas que no se ven desde hace 40 años. En promedio, los índices de bonos grados de inversión y high yield están 13% abajo . El mercado inmobiliario, uno de los menos líquidos, empieza a crujir.  En este panorama, el que está invertido aguanta y se llena de preguntas sobre qué hacer. El que tiene cash mira de afuera y con paciencia sabe que está cada vez más cerca de poder comprar barato a los buenos jugadores, abatidos por la Rusia, Ucrania, China, y el sándwich de la inflación.

Generalmente, me preguntan para qué tener cash cuando la inflación es del 8.5% en USA. Estar en cash es inconcebible para un argentino acostumbrado a una inflación nacional que va más allá del bien y del mal, y donde en la calle va tan rápido que ni la ves, pero aumentó a fin de mes. Entonces, ¿por qué estar en cash? Porque los mercados financieros están en deflación. Temporalmente: cash is king (el efectivo es el rey).

(*) Financial consultant.